1. "Pensar en lo infinito"
Sin duda amar es una de estas experiencias. Todo hombre vive la experiencia del amor: en su familia, con sus amigos, encontrando la mujer con quien compartirá su vida, en la virginidad... En el rostro de la mujer que empezamos a amar - ¡el enamoramiento es el inicio de un camino! - se concentra nuestro deseo de infinito, la intuición de que estamos hechos para lo eterno. E incluso la tristeza o la angustia que podemos sentir ante la idea de perder a la persona que amamos, es signo de esta apertura a lo infinito.
En la experiencia que hace de su propia vida, el hombre percibe la presencia de lo infinito. Ese mismo infinito que se anuncia en el mundo. En la inmensidad y en la belleza sobrecogedora de la creación: ¡desde las montañas y los océanos hasta la cadena genética del ADN!
2. La vida es este deseo
En el lenguaje común a esta búsqueda de lo infinito se le llama "pregunta religiosa". Cuando se habla de "religión" se habla precisamente de esto: de la búsqueda de lo infinito por parte de todos los hombres. Todo hombre, por el mero hecho de vivir, percibe en sí este deseo, esta pregunta religiosa - sea o no sea capaz de expresarlo - porque la pregunta religiosa es la pregunta sobre la vida y su significado. Por ello todo hombre, independientemente de la respuesta que dé a esta pregunta, es "religioso". No puede dejar de serlo, no puede arrancarse del corazón el "pensamiento de lo infinito".
La tradición cristiana ha descrito esta realidad hablando del hombre como "capax Dei": el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es capaz de Dios, le desea y puede encontrarle. El salmista lo ha expresado con gran belleza usando la imagen de la sed: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua» (Sal 62).
3. En camino
Es posible reconocer el camino del hombre a la búsqueda del rostro de lo infinito en dos hechos que están al alcance de todos.
El primero es la constatación de la existencia de las religiones. Hoy, más que en el pasado, somos testigos de la pluralidad de experiencias religiosas que viven los hombres. Cuando todo parecía anunciar una sociedad sin Dios, movimientos y sectas religiosas, de muy diferente índole, han invadido Occidente y comienzan a compartir el escenario social junto a las religiones establecidas. Son expresiones concretas, históricas, de la búsqueda de lo infinito y, en este sentido, ayudan a la razón y a la libertad del hombre a no cerrar su horizonte propio, a no reducirse al espacio agobiante de lo "finito".
En segundo lugar podemos reconocer nuestra búsqueda de lo infinito en una experiencia que hemos hecho todos: la identificación de lo infinito con algo concreto. Puede ser la novia, o la carrera profesional, o el éxito económico, o la pasión por el poder. ¡Cuántas veces hemos identificado lo infinito que habíamos intuido con algo particular! ¿Cuál ha sido el resultado? La desilusión. En nuestra búsqueda de lo infinito ha llegado un momento en el que nos hemos detenido y hemos creído poder identificarlo con algo a nuestra medida. Se llama "idolatría" y es una tentación que vive cada hombre en primera persona. En vez de reconocer que la mujer que ha suscitado en nosotros el pensamiento de lo infinito, es signo de lo infinito, esperamos de ella que cumpla con plenitud el deseo que ha suscitado. Cuando el signo deja de ser reconocido como tal y se le confunde con la plenitud a la que remite, entonces se convierte en un ídolo. Pero los ídolos, lo sabemos por experiencia, defraudan. Un ídolo es fruto de mis manos; tiene, por así decir, mis mismas dimensiones: es finito. Por eso no podrá nunca responder adecuadamente al deseo que constituye mi vida.
La multiplicidad de respuestas - las religiones - a la única pregunta y la incapacidad de los ídolos a la hora de cumplir el deseo de lo infinito, ponen de manifiesto de manera todavía más acuciante la "exigencia" de una respuesta definitiva.
4. A nuestro encuentro
Cuando el hombre se reconoce capax Dei, su deseo, su nostalgia, su anhelo son abrazados por su libertad y se convierten en súplica. Y en esta súplica el hombre adquiere su verdadera estatura. La plenitud de la experiencia humana es el momento en el que corazón del hombre dice a lo Infinito que ha intuido: "¡Ven, manifiéstate!". Cada fibra del ser del hombre espera y desea, pide y suplica que lo infinito salga a su encuentro.
5. Compañeros de camino de todos los hombres
En esta súplica todos los hombres nos percibimos compañeros de camino. Reconocer el deseo de lo infinito que constituye el corazón de cada hombre nos permite darnos cuenta de la unidad que existe entre todos nosotros. Quien se reconoce en búsqueda sabe que está cerca de todo hombre: nada ni nadie le es extraño. Para la Iglesia no hay "lejanos": porque todos los hombres viven, y se preguntan, y desean. Todos buscan.