sábado, 21 de mayo de 2011

“SE HAN LLEVADO A MI SEÑOR…” (Jn 20, 13)

Como María Magdalena nos hemos sentido todos esta semana cuando nos hemos enterado de que el pasado domingo alguien se llevó al Señor de la ermita del Cristo. Desde entonces yo he pasado por casi todos los estado ánimo: sorpresa, incredulidad, enfado, impotencia… Muchas veces cuando pienso dónde estará y qué estarán haciendo con Él, me pongo triste. Pero a pesar de todo, hoy mi vida sigue igual.


Esta semana he ido a la ermita varias veces, y todo parece normal. Qué grande es el Señor, que se hace tan pequeño, que pasa así de desapercibido; se hace tan vulnerable para poder estar con nosotros, que se deja hasta robar. Esto que ha pasado, me escandaliza, ¿cómo puede alguien llevarse al mismo Dios-Amor para profanarlo? (porque seguro que no se lo han llevado para montarse una Hora Santa en casa). Pero esto también me ha hecho pensar en cómo está mi amor por la Eucaristía. Yo no vendo al Señor en el mercado negro, pero voy tantas veces a comulgar distraída, a adorarle pensando en mis cosas… Muy poquitas veces soy consciente de quién está ahí realmente, escondido en el Sagrario, expuesto todo el día en las Clarisas, o deseando hacerse presente en las manos del sacerdote en cada consagración. Lo he visto tantas veces que he acabado acostumbrándome, y han tenido que venir estas personas a robar a la ermita para recordarme que de verdad Dios está ahí.




Y ante esto, ¿yo qué puedo hacer? Providencialmente, el otro día leí una entrada de un blog acerca de la profanación de la capilla de Somosaguas, y cómo una estudiante católica que pasaba por allí, al ver la que se estaba liando, decidió pasar a la capilla y rezar. La imagen es impresionante.

Santa Maravillas de Jesús, cuando se profanó la imagen del Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles, les dijo a sus hermanas: “Han derribado al Señor de su trono, levantemos cada una en nuestro corazón un trono para el Señor… orando y reparando” .

Pues eso el lo que yo creo que tenemos que hacer ahora, orar y reparar, pedir por los que se han llevado al Señor de la ermita, amar mucho a Dios, y decírselo mucho. Si todos le decimos cada día: “Jesús, te quiero”, recibirá un “te quiero” por cada persona que nunca se lo va a decir, por cada forma robada, por cada capilla profanada…

¡Jesús, te quiero!



Cris+

domingo, 1 de mayo de 2011

RESUCITÓ AL TERCER DÍA (de las catequesis preparatorias para la JMJ)

1. Un acontecimiento sorprendente



"¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24,34). Es el grito de los discípulos a los de Emaús cuando, después de encontrarse con Jesús, vuelven a la comunidad de Jerusalén. Jesús verdaderamente resucitó y así lo fueron descubriendo los testigos de sus apariciones. Al principio no podían creerlo, era algo impensable. Jesús durante su vida en la tierra resucitó muertos, pero la resurrección de Jesús es distinta: ya no morirá más.


El cuerpo de Jesús resucitado es una carne transfigurada, con propiedades espirituales: es material y espiritual a la vez. ¿Por qué? Porque la carne ha sido espiritualizada con la presencia del Espíritu Santo. Por eso es nota común a las apariciones que al principio a Jesús no le reconocen. Es el mismo pero está transformado; ya no es lo mismo, su humanidad ha recibido la plenitud del Espíritu Santo.


2. La resurrección es muestra del poder de Dios


La primera fórmula de fe que aparece en el Nuevo Testamento es muy básica: "Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos". En esta primera expresión, ¿por qué Dios es el sujeto? Porque sólo Dios tiene fuerza para dar vida a un muerto. Así se muestra el poder de Dios que es el único que puede salvar. Más adelante, sin cambio de sentido, aparecerá la expresión "Cristo resucitó" (1Co 15,13s). Es Jesús el que puede vencer el poder de la muerte con la vida nueva de la resurrección. La resurrección confirma que Jesús no es un mero hombre, sino que es Dios.


La resurrección es una "nueva creación", por la que todo vuelve a ser hecho. Es el Padre el que resucita a Jesús y es el Hijo el que resucita por la fuerza del Espíritu Santo


3. La resurrección: fundamento de la fe de la Iglesia


La resurrección de Cristo, realizada con la fuerza de Dios, es el centro y la originalidad de la fe cristiana. La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz.


Pero la fuerza de la resurrección está en el testimonio de los testigos. Pablo señala algunos de ellos: Pedro, los Doce apóstoles, un gran número de discípulos y, por último, a él mismo. El mismo Pablo es testigo de la resurrección y si tiene fe en ella y la confiesa con tanta convicción es porque ha sido testigo de primera mano. Primero el testimonio del sepulcro vacío y después las numerosas apariciones hacen posible que el mensaje de la resurrección sea creíble para los testigos y aquellos a los que éstos comunican esta buena nueva.


4. La fe en la resurrección es fuente de salvación


Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe (1Co 15,17). Por eso la fe cristiana tiene su fundamento en la victoria de la vida sobre la muerte. Esto es lo que nos salva. La confesión de Cristo muerto y resucitado es tabla de salvación para el creyente.La resurrección de Cristo transforma el cansancio y la frustración en esperanza. ¡Es posible algo nuevo! ¡Siempre es posible el cambio! No hay nada que esté perdido. Esta es la experiencia de los discípulos: con miedo, encerrados en el cenáculo, sólo les hace superar el temor ver a Jesús resucitado. Jesús se aparece, y esto les devuelve la esperanza. Así también los de Emaús cambian radicalmente: de huir de Jerusalén defraudados por el triste final de Aquel al que habían seguido y había "fracasado" en la cruz, pasan a volver rápidamente al descubrir que Jesús está vivo.

5. La resurrección es un acontecimiento histórico y trascendente


La credibilidad de las apariciones viene dada por las notas comunes que en ellas se repiten: es un acontecimiento inesperado, en primera instancia no reconocen que es Jesús, les cuesta salir de la tristeza en la que están, al principio les cuesta creer que sea Jesús, sólo por sus gestos y palabras lo reconocen. Así, por ejemplo, los de Emaús salen de Jerusalén decepcionados y sólo le reconocen cuando Jesús hace el signo del "partir el pan" (Lc 24,31) y en ese momento se dan cuenta de que su corazón ardía cuando Él les hablaba en el camino (Lc 24,32).


Es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro. La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los discípulos abatidos y asustados. Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos". Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado".


6. La resurrección de Jesucristo trae una vida nueva


Si por la muerte de Jesús somos liberados del pecado y de la muerte eterna, por la resurrección se nos abre el camino a una vida nueva. En palabras de San Pablo: con la muerte de Cristo muere nuestro hombre viejo y con su resurrección renace el hombre nuevo.


En el bautismo participamos del misterio pascual a través del signo del agua. La vida nueva que nos trae Cristo resucitado es la vida eterna . No se trata sólo de la vida futura, sino que cuando vivimos en el Espíritu ya poseemos la vida eterna, aunque no plenamente. Conviene no olvidar que la vida nueva y eterna no es, en rigor, simplemente otra vida; es también esta vida en el mundo. Quien se abre por la fe y el amor a la vida del Espíritu de Cristo, está compartiendo ya ahora, aunque de forma todavía imperfecta, la vida del Resucitado.


7. Es una gran noticia que debe ser comunicada: comunidad y evangelización


Es nota común a todas las apariciones, que los que ven a Jesús no pueden callárselo. Es tan grande la noticia que han de anunciarlo. Así pues, la resurrección lleva a volver a la comunidad y al anuncio. Las primeras en encontrar el domingo de Pascua el sepulcro vacío fueron mujeres. Asumen el riesgo de no ser creídas. Pero es más fuerte la experiencia que el temor al qué dirán. La experiencia de Jesús resucitado hace volver a la comunidad a los que se han ido de ella por miedo o decepción. El encuentro con Jesús vivo lleva a vivir la fe en la comunidad, a compartirla, a anunciarla.