En Pentecostés se manifiesta el Espíritu Santo a los apóstoles. La promesa de Jesús "yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20) se cumple en su Espíritu. El Padre, que había enviado a Jesús en la encarnación, envía en Pentecostés al Espíritu Santo que lleva a cumplimiento lo que Jesús había manifestado. El Espíritu que aparece en Pentecostés con dones extraordinarios es el mismo Espíritu que se ha manifestado en toda la historia de la salvación.
2. El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento
En el Génesis Dios crea el cosmos por su Espíritu "que aleteaba sobre las aguas" (Gn 1,2). Este mismo Espíritu es el que interviene, junto con el Padre y el Hijo, en la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26), es el Espíritu que Yahvé sopla sobre el barro modelado según el segundo relato de la creación del hombre (Gn 2,7).
El Espíritu se manifiesta en el Antiguo Testamento a través de personajes elegidos por Dios para ser los mediadores de su acción y de su vida. En los patriarcas el Espíritu se revela por medio de la bendición que reciben y transmiten de generación en generación. Abrahán, el primero de los patriarcas, es bendecido por el Dios que cumple con su promesa de una gran descendencia. Él recibe, a su vez, la vocación de bendecir a la posteridad.
Después de la época de los patriarcas, el pueblo de Israel, esclavizado bajo el poder egipcio recibe un nuevo mediador. Dios elige a Moisés para salvar a su pueblo, para que haga de puente entre Dios y el pueblo. Además, Moisés unge con el óleo santo a los sacerdotes de la tribu de Leví para que sirvan a Dios y a los israelitas a través del culto. En la Ley Dios manifiesta su Amor por el pueblo. Pero son los profetas los que reciben la inspiración del Espíritu Santo de un modo especial. El Espíritu viene y manifiesta a través de los profetas un mensaje (palabra) o les encomienda una acción (obra). Los profetas anuncian a Cristo y preparan el camino para su venida. El último profeta, gozne entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, es Juan Bautista, el Precursor.
3. Jesús es el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo
Las profecías se cumplen en Jesús. Él es el Mesías anunciado por los profetas. Es profeta pero más que profeta. Es el Hijo de Dios que recibe también como hombre el Espíritu Santo. La misión de Jesús consiste en manifestar el amor del Padre a través de la predicación y de sus obras, signos y milagros. Así se manifiesta su designio de salvación: anunciar la Buena Noticia, liberar, curar. El poder del Espíritu Santo capacita a la humanidad de Jesús para ser cauce de la salvación de Dios.
Jesús es el Mesías, el Cristo, el "Ungido". Mesías (en hebreo) es lo mismo que Cristo (en griego) y significa "Ungido". El Padre unge a Jesús con el Espíritu Santo. El Hijo de Dios ha recibido desde siempre la unción del Espíritu Santo por el Padre. La novedad es que también Jesús, en cuanto hombre, recibe la unción del Espíritu. Por tanto en Jesucristo podemos distinguir dos unciones: la unción como Hijo de Dios, que recibe desde toda la eternidad, y la unción en su humanidad. A su vez, en su existencia humana, es ungido en distintos momentos por el Espíritu Santo.
En la encarnación el Verbo de Dios, sin dejar su divinidad, asume la carne humana por la acción del Espíritu Santo. De manera que el Hijo de Dios, tomando la carne y sin perder su condición divina, se hace hombre. Por la encarnación, en Jesús está presente y actuante el Espíritu Santo. Lo está en su divinidad (ahí no hay cambios) y comienza a hacerse presente en su humanidad. El Verbo divino toma la carne para ungirla con el Espíritu y llevarla a la gloria del Padre.
Después del bautismo en el Jordán recibe la unción del Espíritu con vistas a su misión de mediación entre Dios y los hombres. El Espíritu Santo se manifiesta a través de la humanidad de Jesús revelando su inmenso poder. Es tal la fuerza del Espíritu que su acción se transmite a través del cuerpo de Jesús, de todos sus miembros corporales, llegando incluso a la orla de su manto. El poder salvífico de Jesús se realiza a través de su humanidad, que es, en este sentido, sacramento (signo) de la acción de salvación de Dios con su pueblo.
La última etapa de la vida de Jesús es el misterio pascual. Solamente cuando Jesús resucita es glorificado plenamente también en su cuerpo. Cristo es plenificado por el Espíritu en la resurrección después de ser perfeccionado por la pasión y la cruz.
4. El cristiano recibe la unción del Espíritu Santo a imagen de Cristo
Cristiano quiere decir ser discípulo de Cristo, ser "ungido" como Cristo, marcado con el sello del Espíritu Santo con una marca indeleble. Así la hizo el bautismo y luego la confirmación la consolidó.
¿Quién soy yo? Mi identidad viene dada por ser hombre y cristiano. Como ser humano he sido creado a imagen de Dios: soy hijo del Padre a imagen del Hijo por el Espíritu Santo. Como cristiano, por el bautismo soy hijo de Dios, miembro de Cristo al participar de su misterio pascual (muerte y resurrección), soy parte de su Cuerpo (la Iglesia) y soy Templo del Espíritu Santo.
Al ser creado he recibido una gracia natural: el don de ser moldeado por el Padre con sus manos (con el Hijo y el Espíritu Santo). Con el bautismo he sido re-creado. He recibido la gracia santificante. Es un nuevo don que se añade al de la creación. Es tanto el amor de Dios conmigo que ha querido asociarme más hondamente a su propia vida, no sólo concediéndome una naturaleza capaz de comunicarse con Él, sino también me hace posible ser otro Cristo, a imagen del Verbo encarnado. Es el Espíritu Santo el que nos hace hijos en Cristo y sólo por su acción podemos llamar a Dios "Padre”.
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5. El Espíritu en la vida de la Iglesia
El Espíritu Santo es el don de Dios para la Iglesia. El don del Espíritu es la entrega amorosa del Padre y el Hijo. Hablar de don es hablar de gracia, amor, donación, entrega. El Espíritu Santo es la gracia, el amor de comunión que Dios entrega como don gratuito para nuestra salvación. El don del Espíritu Santo tiene, como todo regalo, un donante y un receptor. El dador es la Trinidad. El receptor es todo hombre. ¿Y qué dona? La gracia, que no es una cosa, sino una presencia personal, la presencia de la tercera persona de la Santísima Trinidad.
a) Los dones del Espíritu Santo
El don del Espíritu Santo se manifiesta de muchas maneras. Los "talentos" son las gracias espirituales que cada uno recibe "según su capacidad" (Mt 25,15). El don del Espíritu es único, pero multiforme. Inspirados en Is 11,1-3 , la Iglesia ha concretado el único don del Espíritu en siete dones:
El don de piedad es la gracia de saberse hijo de Dios, como Jesús. Este don nos lleva a la confianza, la audacia y la familiaridad con Dios.
El don de sabiduría es el impulso del Espíritu para gustar de las cosas de Dios. Esto en Jesús se daba de un modo espontáneo: gustaba en cualquier realidad de la presencia de Dios.
El don de piedad es la gracia de saberse hijo de Dios, como Jesús. Este don nos lleva a la confianza, la audacia y la familiaridad con Dios.
El don de sabiduría es el impulso del Espíritu para gustar de las cosas de Dios. Esto en Jesús se daba de un modo espontáneo: gustaba en cualquier realidad de la presencia de Dios.
El temor de Dios es el don del Espíritu por el que reconocemos su misterio y nos postramos en adoración ante Él como criaturas. Es la actitud de Moisés al descalzarse en la tierra sagrada.
El don de entendimiento es el impulso interior que procede del Espíritu para comprender la revelación que acogemos por la fe. Este don consiste en la ayuda del Espíritu para penetrar en las verdades divinas y así irlas comprendiendo más.
El don de entendimiento es el impulso interior que procede del Espíritu para comprender la revelación que acogemos por la fe. Este don consiste en la ayuda del Espíritu para penetrar en las verdades divinas y así irlas comprendiendo más.
El don de ciencia es la luz que el Espíritu da para entrar más en profundidad en el conocimiento de las cosas humanas. Este don nos ayuda a ir más allá de lo aparente, teniendo una mirada desde Dios.
El don de consejo es una luz por la cual el Espíritu Santo muestra lo que se debe hacer en el lugar y en las circunstancias presentes. Ilumina la conciencia en las opciones de la vida diaria.
El don de fortaleza es la fuerza de Dios que nos capacita para hacer el bien y evitar el mal y nos alienta para dar testimonio de la fe, incluso hasta la ofrenda final de la vida con el martirio. Con el don de fortaleza podemos realizar lo que hemos recibido en el don de consejo.
b) Los carismas
Junto con los dones desde los comienzos de la vida eclesial aparecen los carismas. "Carisma" significa en sí don gratuito de Dios. Mientras que el don es una ayuda para la santificación personal, los carismas son gracias que uno recibe con vistas a la edificación de la Iglesia .Los carismas son dados para el bien de la comunidad, la construcción del Cuerpo Místico. Sin embargo, afecta al sujeto siendo para él fuente de fervor y, en definitiva, de santificación.. No están ligados al mérito personal: el Espíritu Santo los distribuye a quien quiere según la utilidad de la comunidad y no las cualidades del sujeto. Desde este sentido más técnico San Pablo enumera 4 listas de carismas, que podemos estructurar en 3 categorías:
- Instrucción: carisma de apóstol, profeta, doctor, evangelista, exhortador, palabra de sabiduría, palabra de ciencia, discernimiento de espíritus, hablar en lenguas, don de interpretarlas.
- Alivio o consuelo: Carisma de fe, gracias de curaciones, poder de milagros, limosna, hospitalidad, asistencia.
- Gobierno: carisma de pastor, ministerio.
c) Los frutos del Espíritu Santo
Junto con los dones y carismas, están los frutos a través de los cuales se manifiesta la acción del Espíritu: "Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: 'caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad' .
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